Mediación, ranas y escorpiones
En una video llamada, contando un cuento a mi nieto, con ese “por favor otro, Lala”, me recordó mi hijo la fábula de “la rana y el escorpión”. Mi nuera cogió en brazos a Max y se la contamos.
Recordé que hace tiempo en mi mesa de mediación teníamos un conflicto entre tres socios. Eran amigos de la infancia, uno tenía serias adiciones, el otro pretendió darle una oportunidad. El tercer socio advertía que podía no ser una alianza ideal, pero el vínculo entre los otros dos primeros era un muro.
El socio que confía, el que desconfía, el receptor de la confianza.
… euros que no cuadran, reuniones con clientes en las que no da la talla, después otras a las que no asiste, y por fin, un daño a un cliente producido por negligencia.
Solicitó la mediación el “socio desconfiado”.
El “socio confiado” ahora pretendía denunciar e “ir a por todas”.
En la mesa de mediación el protagonista era la ira. Ese sentimiento de indignación intensa que provoca gritos, insultos, pensamientos distorsionados, que no permite comunicarse.
El “confiado”, gritaba, estaba resentido, su proceso cognitivo estaba limitado. No pensaba en las consecuencias de las acciones que anunciaba emprender.
El “receptor”, bajaba la cabeza, con las manos entre las rodillas, y callaba. Ese silencio que castiga y bloquea.
El “desconfiado”, pedía respuestas. Había sido excluido y el terrible “ya te lo dije” salía de sus labios. Solicitó la mediación porque veía que necesitaban un acuerdo para proteger la empresa. Una crisis reputacional no les convenía.
Invitamos a un descanso, yo me fui con el “socio que confía” y con el “socio desconfiado” a otra sala. Mi compañera se quedó con el “receptor”
Con un café, liberamos los neurotransmisores que estaban en posición de defensa.
Y en mi postura neutral, les comenté la fábula de la rana y el escorpión.
Una rana que ante la ayuda que le pide el escorpión para que le pase el rio en su espalda, se niega porque puede picarla.
Un escorpión que le contesta que era absurdo que la picara cuando pasaba el rio, porque se ahogarían los dos.
Y un mal final, cuando el escorpión pica a la rana, y próximos a desaparecer los dos en el fondo del rio, dice el escorpio, que lo siente, pero que no ha podido evitarlo, que es quien es, y no puede actuar de otra manera.
A partir de esa ilustradora metáfora. Sin más consideraciones, abordamos que podía pasar si había denuncias: la reputación de la empresa, la implicación de los clientes, quizás como testigos, nos sugería claramente un daño en el que los tres estarían implicados.
Las “ranas” eran víctimas y victimarios de los derechos de sus clientes porque confiaron en “el escorpión”, nadie lo expresó, todos lo sabíamos.
La reparación del daño que el “receptor” había hecho, podía ir por otros canales. Alejarse de la judicialización, de la publicidad.
Se terminó con un acuerdo de transmisión gratuita de participaciones por el “receptor”. Las consecuencias de los daños económicos a un cliente por la actuación del “receptor” la asumían los socios.
La sociedad no desapareció bajo las aguas del rio.